La Revolución de 1917

Publicado el 23 de noviembre de 2017


Guillermo José Mañón Garibay

Investigador del Instituto de Investigaciones Jurídicas, UNAM,
guillermomanon@gmx.de

Hace 100 años tuvo lugar el evento más importante del siglo XX: la Revolución rusa del 25 de octubre de 1917. Esto, por lo menos, en opinión del historiador británico Edward Hallett Carr,1 quien a favor de su afirmación argumenta que la Revolución del 17 dividió al mundo en dos bloques: en aquellos a favor y en aquellos en contra del socialismo.

Siempre será difícil para los filósofos de la historia2 —y otros científicos sociales— explicar el origen de una revolución social. Al parecer, la miseria y desigualdad no bastan; muchas naciones —como la india— hubieran padecido una revolución si estos fueran los ingredientes fundamentales. En el caso de la Revolución rusa de 1917 la situación que enfrentan los estudiosos no es distinta, y por eso puede preguntarse con sentido por qué tuvo allí lugar una revolución de inspiración socialista en el albor del siglo XX.

Esta pregunta cobra, además, relevancia si atendemos a los mismos progenitores del socialismo científico —Karl Marx y Friedrich Engels—, para quienes solamente en los países más industrializados, con mayor desarrollo capitalista y clase obrera, se podría esperar el advenimiento de la justicia social en forma de una revolución. “Revolución” designa el cambio de manos de los medios de producción, de los burgueses a los proletarios —antes, en 1789, de los aristócratas a los burgueses—. Por eso, en el sentido marxista, la nuestra no fue una revolución, sino sólo una revuelta mexicana.

Un intento (apresurado) de explicación obliga a situarse antes de 1905, para recordar que en Rusia campeaba el Antiguo Régimen y que el zar gobernaba autocráticamente sin respetar la ley escrita o Constitución. La diferencia entre nobles y plebeyos dividía la sociedad y los campesinos permanecían esclavizados pese a la Revolución de 1848 (primavera de los pueblos) que, aunque parezca difícil de creer, también había alcanzado el extremo oriente europeo. En resumidas cuentas, Rusia era una economía rural estancada con insipiente industrialización, empobrecida y famélica, y que, además, desde 1860 padecía el terrorismo del movimiento Narodnik —antecesor del Partido Socialista Revolucionario—.

No es sino hasta después de 1890 que comienza la industrialización del país, y por tanto, a formarse y tomar fuerza una insipiente clase burguesa, que funda su propio partido de nombre Kadete (i.e., partido burgués), siguiendo las ideas liberales filtradas desde Europa occidental.

Haciendo a un lado la ya mencionada industrialización tardía, vale la pena, nuevamente, insistir en que fue hasta finales del siglo XIX cuando comienza la bancarización y el interés por comercio exterior; en una palabra: el capitalismo ruso.

Derivado de ello, la clase obrera se multiplicaría y uniría en un partido de inspiración socialista llamado Obrero Social Demócrata.

Cuando a principios del siglo XX Rusia pierde la guerra contra Japón (1904-1905), se debilita el gobierno zarista, y en 1905 se elevan los reclamos de obreros, campesinos y burgueses contra el sistema monárquico. Para Edward H. Carr dos aspectos son importantes de rescatar sobre esta revuelta: la expansión de las ideas liberales burguesas y la necesidad de una nueva constitución que atienda las demandas campesinas y obreras.

También, como consecuencia de esta revuelta, fue depuesto el absolutismo zarista y se dio lugar a la formación de un gobierno provisional con la representación en la Duma de los soviets (i.e., consejos populares). Este es el momento del gobierno de Lvov y Kerenski y de la abdicación del zar —febrero de 1917, asesinado en 1918—. También es el momento en que todas las fracciones políticas están en paz y de acuerdo con respetar al nuevo gobierno, con excepción de Vladímir Ilich Uliánov Lenin, ya que éste deseaba pasar directamente al socialismo sin detenerse en el ascenso de la burguesía al poder.3

Sin embargo, cuando la Duma constituida durante el gobierno provisional llama a votación, los resultados no le favorecen a su partido y el triunfo lo obtienen los socialistas revolucionarios, al alcanzar 280 escaños, mientras los mencheviques 248 y los bolcheviques apenas 105. Entonces Lenin, perdedor de las votaciones, arremete contra el gobierno provisional, quien lo denuncia y obliga a huir a Finlandia.

En septiembre de 1917, el general del ejército, Lavr Korlinov, lidera un fallido golpe de Estado para restituir el Antiguo Régimen. Como consecuencia, los bolcheviques, que controlan los soviets —no la Duma—, toman el poder y Lenin puede volver a Rusia —con ayuda alemana— y recibir la presidencia del comité central del partido.

Una vez colocado en la cima del poder bolchevique, asesta un golpe de Estado y derroca al gobierno provisional de la Duma, exactamente el 25 de octubre de 1917 (i.e., octubre para el calendario juliano, pero 7 de noviembre de 1917 para el calendario gregoriano).

Para legitimar su gobierno y satisfacer las demandas de los soviets, los bolcheviques convocan a votaciones, mismas que vuelven a perder —obteniendo sólo 161 escaños—, y una vez constituida la asamblea constituyente, Lenin, inconforme con ceder el gobierno de Petrogrado (capital rusa), impide que sesione la asamblea electa y asesta un segundo golpe de Estado a la Duma, confiado en el apoyo rural.

Para Edward H. Carr, y otros muchos historiadores occidentales, el autoritarismo del sistema soviético —o de la URSS, fundada en 1922— comienza con su padre fundador.

Obviamente, el camino al control absoluto no fue fácil: como consecuencias de la Revolución de octubre de 1917 el gobierno obrero-campesino, que integra el partido bolchevique de Lenin, tiene dificultades para mantener el control fuera y dentro de Rusia y Petrogrado. En un primer momento, espera cándidamente obtener la ayuda internacional, con la esperanza de que tenga lugar la revolución socialista mundial, prevista por el historicismo marxista-hegeliano.

Sin embargo, esto no aconteció, y al interior del inmenso país, el ejército rojo (obrero/campesino) tiene que enfrentar al ejército blanco (zaristas/burgueses). En el exterior, Alemania conquista Ucrania el 3 de marzo de 1918 —y por ello se firma el Pacto Brest-Litovsk—, y se establece un asedio internacional ante el miedo de que la revolución rebase las fronteras rusas —como en el caso de la francesa de 1789—. Por ello, Inglaterra toma en el norte el puerto Múrmansk; Japón y Estados Unidos arriban por el este al puerto de Vladivostok y Francia llega por el sur, a través del mar Negro, al puerto de Odesa. Carr explica que lo único que detuvo una invasión a Rusia fue el hartazgo de todos los ejércitos por la primera gran guerra (1914-1918).

Con el fin de mitigar los conflictos internos y externos, Lenin diseña un plan de gobierno, que consistió en firmar la paz con Europa, fundar el Estado socialista proletario internacional, crear el consejo de comisarios del pueblo —para que obreros y campesinos gobernaran y purgaran al país— y, finalmente, socializa las tierras de cultivo, que hasta entonces habían sido latifundios en manos de los aristócratas.

En 1918 se instaura el comunismo de guerra, lo que significó tres cosas: nacionalización de la industria, creación de granjas colectivas y comités de campesinos pobres y las purgas revolucionarias —Carr relata que en junio de 1918 tuvo lugar la primera sentencia de muerte como acción expiatoria y purgativa del sistema socialista—. Con ello puede afirmarse que Lenin ganó el control de la Unión Soviética (1922) por medio del terror, como en 1793 lo pretendió Robespierre en Francia, ejecutando a 20 mil nobles en la guillotina.

En 1919 se sustituye la internacional socialdemocracia por la tercera internacional comunista. Y, de esta manera, se asimila dentro del Partido Obrero Comunista a la social democracia. Para Carr, este es el momento en que se divide el mundo en pro capitalista y pro socialista.


NOTAS:
1 Véase Carr Hallett, Edward, The Russian Revolution: from Lenin to Stalin (1917-1929), Londres, Macmillan, 1979.
2 Véase Angehrn, Emil, Geschichtsphilosophie, Stuttgart-Berlin-Köln, Kohlhammer, 1991.
3 Por cierto, en contra de las ideas de Marx y Engels; de allí que hablar de un marxismo-leninismo como si hubiera una continuidad y recepción perfecta de las ideas alemanas en el pensamiento bolchevique leninista levante muchas suspicacias.


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