El tesoro visual de México. Notas sobre José Guadalupe Posada, Orozco y Rivera

Publicado el 21 de mayo de 2021


Adriana Berrueco García

Investigadora del Instituto de Investigaciones Jurídicas, UNAM,
email adriana_berrueco@yahoo.com.mx

A don Cuauhtémoc Berrueco Lara

Un rasgo característico de los pueblos asentados en la región que hoy conocemos como México, es la maestría para expresarse a través de la pintura y, en general, de las artes plásticas. En la actualidad, el muralismo mexicano es una de las mejores cartas de representación de nuestro país en todo el mundo. Son muy antiguas las raíces culturales de obras realizadas en el siglo XX por Diego Rivera, José Clemente Orozco y David Alfaro Siqueiros; podríamos ejemplificar con los murales de Bonampak y Cacaxtla la cualidad de los mexicanos para crear arte monumental donde se deja registro de los acontecimientos sociales y políticos de su tiempo.

La ciudad de los murales

La capital de México es un territorio privilegiado, entre otras razones, porque posee los mejores testimonios creativos de los muralistas de nuestro país. De David Alfaro Siqueiros podemos disfrutar La marcha de la humanidad, que se encuentra en el Polyforum. La obra magistral Omnisciencia, de José Clemente Orozco, engalana el restaurante Sanborns de los azulejos. La Ciudad Universitaria de la UNAM recibió, en 2007, la declaratoria de patrimonio cultural de la humanidad por parte de la Unesco, debido a que alberga las extraordinarias expresiones estéticas de Juan O’Gorman, Francisco Eppens Helguera, Siqueiros y Rivera. En el Centro Histórico de la Ciudad de México, el Mercado Abelardo L. Rodríguez (calle República de Venezuela) se embellece con los murales pintados por Ramón Alva de la Canal y Pablo O’Higgins (norteamericano), entre otros.

Para el tema de este ensayo merece una mención especial el mural de Diego Rivera, denominado Sueño de una tarde dominical en la Alameda, el cual fue pintado (1947) dentro del Hotel del Prado, que se ubicaba en la avenida Juárez de la Ciudad de México. El hotel quedó destruido por los sismos de 1985, pero el mural se salvó y pudo ser trasladado a un sitio cercano (en las calles de Balderas y Colón), donde se construyó un edificio especial para exhibir el valioso trabajo del pintor guanajuatense, y que hoy se conoce como el Museo Mural Diego Rivera, inaugurado en febrero de 1988.

Convergencia de tres gigantes de la imagen

Diego Rivera (1886-1957) nació en la capital del estado de Guanajuato; en la Ciudad de México fue alumno del paisajista José María Velasco. También estudió en Europa, en donde produjo obras de estilo cubista que hoy se exhiben en nuestro Museo Nacional de Arte. Se distinguió como coleccionista de piezas de las culturas prehispánicas, la mayoría de las cuales se exhiben en el museo Anahuacalli, ubicado en la capital de México. Realizó innumerables retratos de personajes famosos, como Dolores del Río y María Félix. Ejemplos de su amplia producción como muralista se encuentran en la sede de la Universidad Autónoma de Chapingo, el Palacio Nacional de México y el Palacio de Bellas Artes.

José Clemente Orozco (1883-1949) nació en el estado de Jalisco. Estudió en la Escuela Nacional de Agricultura, ubicada, en ese tiempo, en la Ciudad de México. Residió una temporada en Estados Unidos de América, donde se dedicó a la elaboración de carteles y pintó diferentes murales. En México destacan las obras realizadas en la capilla del Hospicio Cabañas de Guadalajara, Jalisco, en el Colegio de San Ildefonso y en el edificio de la Suprema Corte de Justicia de la Nación. En el Palacio de Bellas Artes pintó el mural Katharsis.

José Clemente Orozco y Diego Rivera, con diferentes corrientes estilísticas, confluyeron como miembros del Sindicato de Obreros Técnicos, Pintores, Escultores y Grabadores Revolucionarios de México; fueron miembros fundadores del Colegio Nacional (1943) y, al morir, fueron sepultados en la Rotonda de las Personas Ilustres. Los dos gigantes del muralismo mexicano también coincidieron en su admiración por el grabador José Guadalupe Posada, a quien se dedican las siguientes líneas.

José Guadalupe Posada (1852-1913) se distinguió como grabador, nació en el estado de Aguascalientes, y desarrolló, en diversas publicaciones y con enorme maestría, el tema de la muerte en la cultura mexicana. Posada trabajó desde 1888 en la ciudad de México, y en la imprenta de Vanegas Arroyo se dedicó a ilustrar vidas de santos, corridos populares, leyendas y otra clase de literatura popular.

Posada también fue ilustrador de publicaciones de tipo popular, como Gil Blas Cómico (en circulación de 1895 a 1899), y opositoras al régimen porfirista, como El Diablito Rojo (1892-1910). Grandes figuras de la historia de México, especialmente de la etapa revolucionaria, fueron inmortalizadas por Posada mediante caricaturas de calaveras, tal es el caso de la famosa “calavera maderista”, nunca superada en popularidad por la “calavera catrina”, que se ha convertido en un elemento indispensable en las fiestas de difuntos. “La catrina” de Posada se reproduce indiscriminadamente sobre todo en los adornos de papel picado que adornan los altares y ofrendas a los muertos.

Pero la aportación de Posada a la cultura visual de México va más allá de sus excelentes representaciones de la muerte. Recientemente se han descubierto, en el Archivo Histórico del Distrito Federal Carlos de Sigüenza y Góngora, cientos de carteles originales elaborados y firmados por José Guadalupe Posada, realizados en la última década del Porfiriato, para cines, teatros, peleas de gallos, circos y corridas de toros que se efectuaban en la Ciudad de México. Ello se explica porque los organizadores de estos espectáculos entregaban a las autoridades los carteles para requisitar los expedientes de pago de impuestos. Lo relevante desde el punto de vista sociológico es que las imágenes hechas por Posada, para anunciar las diversiones públicas, debieron grabarse e impactar sicológicamente a la gente de todas las esferas sociales, porque se exhibían en las paredes de las calles y en las entradas de cines y teatros.

Con toda justicia, se considera a José Guadalupe Posada como precursor del muralismo mexicano, pues el pintor jalisciense José Clemente Orozco confiesa, en su Autobiografía, que su interés por dedicarse a la pintura nació mirando a Posada trabajar en la imprenta de Vanegas Arroyo. Orozco escribió:

Posada trabajaba a la vista del público, detrás de la vidriera que daba a la calle, y yo me detenía encantado por algunos minutos, camino de la escuela, a contemplar al grabador, cuatro veces al día, a la entrada y salida de clases, y algunas veces me atrevía a entrar al taller a hurtar un poco de las virutas de metal que resultaban al correr el buril del maestro sobre la plancha de metal de imprenta pintada con azarcón.
Éste fue el primer estímulo que despertó mi imaginación y me impulsó a emborronar papel con los primeros muñecos, la primera revelación de la existencia del arte de la pintura. Fui desde entonces uno de los mejores clientes de las ediciones de Vanegas Arroyo...
En el mismo expendio eran iluminados a mano, con estarcidor, los grabados de Posada y al observar tal operación recibí las primeras lecciones de colorido.

Por otra parte, el pintor Diego Rivera rescató del olvido la obra de Posada, y a partir de 1930 procuró la difusión de su obra, por los altos valores estéticos que posee la producción gráfica del hidrocálido. El más grande homenaje que Rivera pudo hacer a Posada se encuentra en el Museo Mural Diego Rivera, recinto creado ex profeso para exhibir el polémico mural Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central, donde Rivera narra en forma gráfica la historia de México. En esa magistral obra aparece, en su parte central, la “calavera catrina”, quien es flanqueada por el autorretrato de Rivera, representado como un niño, y al extremo izquierdo la figura de Posada aparece tomando del brazo al máximo símbolo popular mexicano de la muerte.

Para concluir este ensayo reproduzco un fragmento del texto que el maestro Diego Rivera dedicó a José Guadalupe Posada, para destacar el calor estético y social de las obras del artista conocido como “el novio de la muerte”. Rivera escribió:

Posada: la muerte que se volvió calavera, que pelea, se emborracha, llora y baila. La muerte familiar, la muerte que se transforma en figura de cartón articulada y que se mueve tirando de un cordón. La muerte como calavera de azúcar, la muerte para engolosinar a los niños, mientras los grandes pelean y caen fusilados, o ahorcados penden de una cuerda.
La muerte parrandera que baila en los fandangos y nos acompaña a llorar el hueso en los cementerios, comiendo mole, bebiendo pulque junto a las tumbas de nuestros difuntos...
Todos son calaveras, desde los gatos y garbanceras, hasta don Porfirio y Zapata, pasando por todos los rancheros, artesanos y catrines, sin olvidar a los obreros, campesinos y hasta los gachupines.
Seguramente, ninguna burguesía ha tenido tan mala suerte como la mexicana, por haber tenido como relator justiciero de sus modos, acciones y andanzas, al grabador genial e incomparable Guadalupe Posada.

Referencias

Diego Rivera coleccionista, México, Instituto Nacional de Bellas Artes, 2007. “Mural de Diego Rivera. Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central”, folleto explicativo, México, Museo Mural Diego Rivera-Conaculta-INBA, s/f.

Orozco, José Clemente, Autobiografía, México, Conaculta-Planeta, 2002.

Rius (Eduardo del Río), Posada, el novio de la muerte, México, Grijalbo, 2003.

Rivera, Diego, Arte y política, México, Grijalbo, 1979.

Ruiz Castañeda, María del Carmen (coord.), La prensa. Pasado y presente de México, México, UNAM, Instituto de Investigaciones Bibliográficas, 1987.


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