Las creencias de lujo en el paradigma de las No-Cosas
Publicado el 21 de febrero de 2023
Édgar Hernán Fuentes-Contreras
docente e investigador posdoctoral, Universidad de los Andes, Chile
edgar.fuentes@miuandes.cl
https://orcid.org/0000-0002-1066-0999
Francisca Reyes-Arellano
docente e Investigadora, Universidad de los Andes, Chile
fireyes@miuandes.cl
https://orcid.org/0000-0002-7711-0860
En un contexto de exceso informático, las ideas y los conceptos viajan con tal rapidez, que a veces sorprende no toparse con algunos que merecen ser observados con bastante detenimiento. Precisamente, leyendo una de sus recientes columnas, el profesor Manfred Svensson acude a la expresión “luxury beliefs” o “creencias de lujo” (2023, enero 16, “Creencias de lujo”, El Mercurio, disponible en: https://www.ieschile.cl/2023/01/creencias-de-lujo/). Dicha noción introducida por Rob Henderson en un artículo del New York Post de agosto de 2019 (“Las creencias de lujo”. New York Post, 2019, disponible en: https://nypost.com/2019/08/17/luxury-beliefs-are-the-latest-status-symbol-for-rich-americans/) y meses después, profundizó en la revista Quillette.
En el fondo, las “creencias de lujo” dan cuenta, por un lado, de una nueva forma en la que se pretenden dirigir las relaciones sociales y, por el otro, de la expansión del fenómeno ideológico que mantiene el binomio excluidos/incluidos, pero bajo parámetros que no se miden por bienes en sí mismos; en efecto, la relación de las personas que se había construido alrededor de bienes o cosas, incluso creando clases sociales y la idea de un elitismo económico, político y social, se vuelve víctima de la desaparición del paradigma de las cosas o, en términos de Byung-Chul Han: la expansión de las No-cosas (No-cosas. Quiebras del mundo de hoy. Barcelona: Taurus, 2021 ). Por esta razón, se hace entendible que del consumismo de bienes se haya dado paso a un consumismo de experiencias: aunque estas no sean necesariamente vividas, resultando, a lo sumo, que sean asimiladas como propias en nombre de la idea de empatía y tolerancia.
De allí que en la actualidad, los bienes suntuarios como elemento para identificar a aquellos que hacen parte de la élite estén cada vez más en decadencia. Ciertamente, el mundo comprendido por la distinción entre excluidos/incluidos, teniendo como parámetro la calidad de poseedor, consumidor y/o "sujeto que disfruta", ha entrado en declive o mínimamente en un replanteamiento; por ejemplo, si se observa el presente, contar con un teléfono de alta gama o una marca de ropa determinada no es un sinónimo de pertenencia a un grupo puntual o que la persona sea portadora de un estatus social. Hoy, casi- cualquiera puede tenerlo, así implique generar una deuda que no debería asumir; pero cada vez más se difunde que las personas con mayores recursos económicos ya no son consumidores de este tipo de bienes y si llegan a emplearlos, no suelen ser siempre la versión más reciente. Por el contrario, este tipo de bienes han terminado vinculándose con el mal gusto, con el exhibicionismo, con lo excesivamente ostentoso o, si se prefiere, con un culto a lo feo.
Así las cosas y los bienes pasan a un segundo plano y lo que se atesora son las creencias, sólo que no cualquiera: valen esencialmente aquellas que permiten establecer una posición social de privilegio, debido a que toda persona puede acceder a los bienes, estos se popularizan y dan la sensación que no son suficientes para hacernos ver como únicos e irrepetibles. Por esto, las creencias de lujo requieren tener una exclusividad mediada por la promesa de que pueden estar disponibles para todos, pero que para ello suceda deben ser capaces de ofrecer y pagar un alto precio que no sea tan accesible -ni puede cancelarse a cuotas-. Este precio no es nada menos que las percepciones y creencias más arraigadas,; en otros términos, con las que las personas fueron formadas, las que las hacen ser como son o, en mejor término, como deben dejar de ser. Sólo los que estén dispuestos a pagar el precio logran deconstruirse, a tal punto, que alcanzan el ascenso social a una presunta moral superior que no depende de la meritocracia, sino de la disposición de forjar una nueva identidad aparentemente empática y solidarizada.
Como consecuencia, se politizan las distintas luchas particulares y se multiplican las identidades. Con una permisividad complaciente respecto a la dictadura del relativismo, lo universal no es una preocupación: al punto que se tiene un mundo globalizado, sin idea de lo universal. Cada uno de los dilemas y problemas se particularizan a tal punto, que no quieren equipararse para evitar una homogenización y tratamiento de igualdad formal. Por ende, la subjetividad de la problemática, sólo advierte el deseo de estar, en palabras de Slavoj Žižek, “siempre dispuesto a satisfacer las demandas específicas de cada grupo o subgrupo” (En defensa de la intolerancia, Madrid: Sequitur, 2008)” y es al final esa supuesta disposición la que se globaliza.
Pese a que las creencias de lujo funcionen de cierta forma como un paradigma, si seguimos un tanto a Thomas Kuhn (La estructura de las revoluciones científicas. México: Fondo de Cultura Económica, 2005), tienen cualidades diferentes: en primer lugar, pueden tener un gran número de variantes, generalmente procedentes del hecho que cada grupo se aferra a una identidad disímil. En segundo lugar, estas creencias son más cambiantes, es decir, gozan ahora pensando en la idea sistémica de Niklas Luhmann (Sistemas Sociales: Lineamientos para una Teoría General. México: Alianza Editorial y Universidad Iberoamericana, 1991), con el atributo de autopoiesis, sólo que se aplica con mayor premura y precipitación. Lo anterior emanado de que las creencias de lujo, a diferencia de los paradigmas, se asientan en una modernidad y sociedad que de lejos, ha superado lo líquido para yacer en lo gaseoso.
En oposición a la noción de Rob Henderson, la complejidad es que solo, quizás en su origen, las creencias de lujo estaban afines a una clase social. No obstante, como pasa en la distinción excluidos/incluidos, y como bien lo reclama Žižek para la noción de “ideología hegemónica”, se puede observar que las creencias de lujo se orientan entre lo popular y lo específico: en otros vocablos, como lo popular debido a que debe recoger lo que aspiran la mayoría y lo específico de los deseos de las personas incluidas. En esa medida, dichas creencias pueden ofrecer un estatus ajeno a las cosas y que al final resulta mucho más barato ante su masificación y su posibilidad de ser conocidas por cualquiera -esto gracias al fenómeno de la digitalización ofrecido por las tecnologías de la información y comunicación (TIC)-. Al punto que, las creencias de lujo no requieren ni siquiera pagar por un diploma –cosa-, contar con una edad determinada, ni ir a un sitio costoso para hacerlas suyas.
Si bien Henderson establecía en su propuesta original, como ejemplos de estas creencias el escepticismo sobre el matrimonio, la monogamia y la religión, como bien destaca Svensson, las mismas se han propagado “en torno a las más básicas preocupaciones materiales”. Situación que explica que ganen espacio en la normalidad y en el fundamento ideológico de la sociedad a base de ciertos fanatismos; que construyan una cultura de la cancelación, del temor, del escaño público y de la amenaza constante donde el siguiente podría ser “yo”. Por tanto, vigorizando el llamado “efecto avestruz” que aumenta una ceguera selectiva de los otros –si de defensa se trata- hacia lo “políticamente correcto” y donde se tolera sólo lo que es partidario de lo que se cree y tiene lujo.
De tal modo, llega a advertirse que se ha establecido una nueva manera de interrelación que sobrepasa los aspectos más esenciales que conocíamos dentro de la comunidad política: las creencias de lujo no se limitan a un estatus y elitismo público, sino que para poder ganarlo ha abierto la puerta de par en par de lo privado y allí entran a decidir y regular los “empáticos” otros; lo que deja de lado al sentido común de lo propio y de la comunidad, además, confluye para que el sano escepticismo ya no sea suficiente para superarlas. Así, aunque no hayan llegado para quedarse –o por lo menos como se tienen-, en el paradigma de las No-cosas, las creencias de lujo son tan atrayentes que se requerirá un clamor crítico más grande para asumir que no son todo cuanto necesitamos, pero sí lo que tenemos.
Formación electrónica: Yuri López Bustillos, BJV
Incorporación a la plataforma OJS, Revistas del IIJ: Ignacio Trujillo Guerrero